Los primeros pobladores

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Antes de la llegada de los primeros expedicionarios europeos al extremo más occidental de Cuba, el territorio estaba habitado por poblaciones aborígenes, fundamentalmente cazadores-recolectores-pescadores que habían llegado hasta la península de Guanahacabibes procedentes de Honduras y Nicaragua, a través de una corriente migratoria que tuvo lugar hace 4 500 años aproximadamente.

Su nivel de desarrollo correspondía al mesolítico temprano. Convivían en grupos nómadas muy pequeños que evolucionaron después hacia otros mayores. Los historiadores los han venido llamando indistintamente Guanahacabibes, Guanahatabibes, Guanahacabeyes o Guanahatabeyes. Estos pueblos pertenecían a la cultura de la Concha II pues sus instrumentos característicos, utilizados en las tareas cotidianas, estaban confeccionados con caracoles y conchas.

Eran hombres rudos, de estatura mediana o baja, con rasgos mongoloides y muy dóciles; aparentemente no usaban ningún tipo de vestimenta.

Pese a las escasas investigaciones arqueológicas llevadas a cabo, existen serias evidencias de que el actual territorio de Mantua se encontraba habitado por pescadores-recolectores-cazadores. Hallazgos de objetos utilizados por los más antiguos pobladores de la comarca han tenido lugar, en diversas épocas y los cuatro puntos cardinales de esta región.

Los pueblos cazadores-recolectores-pescadores se localizaban generalmente en las zonas costeras, montañosas y en bosques con vegetación de sabanas o pinos muy abundantes en esta región, en dependencia de las estaciones del año. Como eran buenos conocedores de la distribución de los recursos naturales, que utilizaban para su alimentación y sus ciclos anuales de abundancia, organizaban distintos tipos de asentamientos, para aprovecharlos mejor. Durante los períodos secos de noviembre a marzo, las comunidades conformadas por grupos de treinta-cuarenta aborígenes se instalaban cerca de la costa y posteriormente se dispersaban en cuatro o cinco grupos económicos muy pequeños encargados de la pesca, la caza y la recolección.

En la época de lluvia, algunos de los grupos económicos se desplazaban hacia los bosques, en tanto, otros permanecían en el litoral pues, en esta temporada de abril hasta octubre, abundaban, por una parte, los moluscos terrestres como caracoles, babosas, etc.; anidaban y empollaban distintos tipos de aves cubanas y, por otra, salían de sus cuevas los cangrejos terrestres azules y rojos en las zonas costeras y las tortugas, caguamas, careyes y demás quelonios marinos desovaban en las playas. Otros animales como las jutías, los cocodrilos, algunos moluscos marinos y peces del mar, los ríos y las lagunas, podían cazarse en cualquier época del año, por lo que las comunidades y sus grupos económicos debían encontrarse en lugares muy dispersos. Los ciclos de abundancia de las frutas tropicales, muy diversas en la región, también eran factor determinante en la selección de los lugares de asentamiento y su posterior abandono.

Como en el territorio de Mantua existen pocas cavernas y estas además son pequeñas, las comunidades indígenas pasaban más de la mitad del año en asentamientos a cielo abierto; no obstante, construían abrigos rústicos con ramas, yaguas y hojas. Las cuevas solían utilizarse como refugios seguros contra las abundantes lluvias, los ciclones y los frentes fríos.

El pescador-recolector-cazador siguió la tradición más antigua de sus antepasados de tallar el sílex para confeccionar instrumentos de trabajo o herramientas cortantes como cuchillos, raspadores, buriles, raederas, puntas y perforadores. Utilizaban además diversos guijarros o cantos rodados, en sus formas naturales, a manera de martillos o percutores y de mojadores o manos de mortero.

Las comunidades vecinas contactaban frecuentemente entre sí, a través de sus grupos económicos, posibilitando el intercambio de objetos, piezas diferentes y productos recolectados.

Posiblemente construyeron canoas con troncos de árboles, ahuecándolos con ayuda del fuego - que conocían y sabían mantener- y gubias de conchas. Las canoas además de medios para desplazarse a todo lo largo del entonces caudaloso río Mantua debieron servirles también para ejecutar labores de pesca. Las creencias de los pueblos pertenecientes a la cultura preagroalfarera eran animistas, o sea, de atribuir a seres u objetos y fenómenos naturales la particularidad de poseer alma o espíritu. Con sus prácticas y rituales mágicos, pretendían influir en el curso de los acontecimientos (períodos de lluvia y sequía, vientos fuertes, relámpagos, tormentas, etc.), por lo cual se catalogan entre las religiones estrechamente ligadas a los procesos de la naturaleza y a las actividades del hombre.

A tenor con las últimas investigaciones arqueológicas, se ha llegado a conocer también que los pueblos pescadores-recolectores-cazadores practicaban distintas manifestaciones artísticas consistentes en adornos corporales - cuentas de collar y colgantes hechos con conchas, huesos, marfil y piedras- y el uso de pinturas para cubrir ciertas partes del cuerpo o para trazar sobre paredes y techos de cavernas círculos concéntricos, motivos reticulados e impresiones de manos. Las pinturas se confeccionaban sobre la base de las denominadas piedras tintóreas y aunque no han quedado huellas arqueológicas reconocibles de las pinturas corporales en los despojos de los aborígenes desenterrados, sí se han conservado restos de las materias primas utilizadas. Los investigadores suponen que estos grupos practicaban la música y la danza de alguna manera.